13
agosto
La guerra de nuestra independencia representó un encarnizado teatro de operaciones militares en las que dos bandos, más o menos bien definidos, luchaban por conseguir el ideal de una América Latina libre del yugo español.
Retumban los nombres y grados militares de Simón Bolívar, Francisco de Paula Santander, Carlos Soublette, José Antonio Anzoátegui, pasando por un poco menos conocidos como Pedro Pascasio Martínez, Fray Miguel Ignacio Diez y el soldado raso Salvador Salcedo quien fuese el primero en cruzar el puente sobre el río Teatinos cuando la vanguardia realista se hallaba atrincherada al otro lado del río.
Hemos aprendido de nuestra historia de féminas como Antonia Santos, Policarpa Salavarrieta, Manuela Beltrán o Manuela Saenz, entre muchas, quienes siguiendo sus principios personales y patrióticos empuñando un fusil por la causa criolla.
Pero hubo un puñado de mujeres anónimas cuyos nombres poco o nada nos dicen o recuerdan.
Esas mujeres, casi siempre de extracción campesina, dedicadas por generaciones a las labores propias de labranza, la cría animales de corral y uno que vacuno o bovino. Esa abnegada dama que tejía, cocinaba y se ocupaba de su esposo o compañero y de su prole.
Casi siempre analfabeta pero consciente de que la tierra en que vivieron sus ancestros, a la cual se encontraban arraigada y dispuesta a defender lo que era de sí, debía hacer sus sacrificios y aportes valiosos a la causa libertadora.
Es esa misma mujer que jamás vaciló en entregar a sus hijos al ejército patriota a sabiendas que morirían en cualquier batalla, para que, en su nombre, el de su familia y de su terruño fuesen el aporte valioso al llamado de Bolívar, o quien a su nombre pidiesen ese importante sacrificio.
¿Quién se acuerda de Agustina Fierro, Juana Velasco de Gallo, Juana Escobar, Estefanía Parra, Presentación Buenahora, Justina Estepa?
Son nada más y nada menos que algunas de nuestras heroínas anónimas, de humilde extracción quienes sirvieron a la causa de la libertad ya fuese como espías, proveedoras de alimentos y refugio para las tropas, informantes o correos, e incluso como tropa regular, y finalmente se convirtieron en mártires al ser fusiladas a causa de su compromiso con la patria.
Seguramente ellas no alcanzarán ni el podio ni los laureles de los héroes visibles, pero con un granito de arena fueron un apoyo fundamental en una época definitiva para nuestra historia.
Agustina Fierro. En la ciudad de Ocaña, donde se gestaron los primeros fuegos emancipadores, me uní a la resistencia patriótica contra la guerrilla realista de “los colorados” y ayudé a la fuga del general Figueredes.
Juana Velasco de Gallo. Entregue a mis dos hijos para la gesta libertadora. Además compré y diseñé las camisas para los 2 mil soldados que lucharon en la Batalla de Boyacá. Bolívar se inspiró en mí para hacer la llamada proclama de la mujer.
Juana Escobar, con tan solo 18 años me aprendía de memoria los recados para 37 soldados que los españoles tenían presos. En una de las visitas me capturaron para que dijera en dónde estaba el resto del ejército patriota a cambio de perdonarme la vida, pero como no quiso hablar la asesinaron.
Estefanía Parra me infiltraba entre las tropas realistas con la excusa de venderles víveres, escuchaba los posibles movimientos de estas tropas y se los informaba a las tropas patriotas. Servía de guía a los patriotas para rodear a Barreiro en Paipa y para que los patriotas pudieran derrotar a los realistas en el Puente de Boyacá.
Presentación Buenahora: surtía de caballos y víveres a los patriotas. Mi casa sirvió de refugio para las tropas patriotas, los españoles me sorprendieron y fusilaron el 28 de julio de 1816 por órdenes del general Bayer
Justina Estepa: Fui Campesina dedicada a llevar cartas entre los patriotas del Valle de Tenza y Casanare. Las llevaba atadas a mi cintura, pero fuí descubierta el 16 de enero de 1816 y posteriormente fuí asesinada.